A lo largo de los años las comunidades de nuestra diócesis han mantenido viva la memoria de quienes han entregado su vida después de haber seguido a Jesús en la misión de hacer que el Reino de Dios se hiciera presente en sus comunidades. Gracias al testimonio de quienes pudieron, no sólo convivir sino trabajar codo a codo con nuestros mártires, hoy en día podemos tener un conocimiento más profundo acerca de su vida de fe y de cómo, en medio de una situación muy difícil, pudieron decir sí al Señor.
Mas
Son numerosos los testimonios que dieron respecto a hombres y mujeres
que han derramado su sangre por el Evangelio en nuestras tierras. Desde
el tiempo en que Monseñor Julio Cabrera estuvo como obispo de nuestra
diócesis se recogieron muchos testimonios que fueron puestos por
escrito en los libros Dieron su Vida I y II.
Este material ampliado con otras declaraciones fue entregado a Roma en
la Congregación de la Causa de los Santos en el mes de marzo de 2013.
Toda esta información que salió de las comunidades en donde trabajaron
los tres sacerdotes y los siete laicos, sirvió como base para que hoy
nuestra Iglesia, por medio del Papa Francisco, los reconozca como
mártires.
Juntamente a esta información, hay que resaltar la memoria viva que está
presente en nuestras comunidades sobre el testimonio que ellos dejaron.
Memoria que se ha mantenido viva mediante celebraciones anuales en
los aniversarios de sus martirios, peregrinaciones a los lugares donde
fueron martirizados, dramatizaciones, vigilias y cantos.
Esta memoria se mantiene latente y más viva que nunca; gracias a
nuestros mártires la Iglesia de Quiché avanza acompañada por su
testimonio esperanzador para construir así el Reino de Dios entre
nosotros.
Nació en Barcelona, España, el 27 de abril de 1945.
Ingresó al noviciado de los padres Misioneros del
Sagrado Corazón, en 1956. Hizo su profesión
religiosa el 8 de septiembre de 1966. Fue ordenado
sacerdote en Valladolid (España) el 9 de junio de
1972. Tres años después llegó como misionero
voluntario a trabajar pastoralmente en la Diócesis
de Quiché, en Guatemala. Fue asesinado el 4 de
junio de 1980, cerca de la aldea Xe Ixoq Vitz, Municipio de Chajul.
El P. José María Gran fue un hombre entregado a la gente en los distintos
campos de trabajo, aspiraba siempre servir al más abandonado y alejado,
descubría la presencia y el rostro de Dios en la gente que sufría por
muchas carencias y por las persecuciones; veía cada vez más claro el
sentido de la misión y de su compromiso evangélico con los pobres; el
caminar durante largas jornadas en regiones selváticas, con clima adverso
y en circunstancias difíciles de violencia, no le atemorizaron, escribía en
cierta ocasión: “Es ahora en Guatemala cuando considero que voy
encontrando lo que es la Navidad. El que Dios viniera entre los hombres
para dar sentido a todos los hombres, principalmente a los más pobres y
desilusionados de la vida, para darles esperanza. Lo estoy comprendiendo
cada año más cuando estoy en contacto con estas gentes del Quiché. Ellas
me han ayudado a vivir la esperanza y la alegría que nos trae Jesús”.
Murió como vivió: en camino; dando testimonio de su fe en Jesús; vivió
su corta vida al lado de los más necesitados… fue consciente del difícil
momento que atravesaba el trabajo pastoral de la Iglesia y sin embargo
permaneció firme hasta el final en su misión. Fue asesinado por la
espalda, mientras regresaba de llevar el consuelo de la religión a
numerosos feligreses de apartadas aldeas de su parroquia.
Nació en Yesa, Navarra (España), el 15 de febrero
de 1931. Fue ordenado sacerdote el 25 de febrero
de 1956. Llega a Guatemala en el año 1959. Fue
asesinado en el despacho parroquial de Joyabaj, el
10 de julio de 1980.
El P. Faustino se caracterizaba por sus buenas
cualidades de coordinador y de talante dialogante
y pacífico, acompañado de un gran equilibrio, que
hacían de su persona un hombre serio, pero a la vez tiernamente cercano
a la gente. Inició su trabajo en Joyabaj, pero conoció también la región
Ixil, centro-norte del departamento del Quiché, donde trabajó en la
parroquia de San Juan Cotzal. Al final de su estadía en esta parroquia, dio
los primeros pasos para establecer una cooperativa que liberara al pueblo
de las garras de los
usureros.
En todas las parroquias por las que pasó, la dinámica de trabajo
era muy similar: conocer la realidad, tratar con la gente, visitarla en el
pueblo y sus aldeas, anunciarles la Palabra de Dios, reunión con los
responsables y directivas de Acción Católica; animar y organizar la
catequesis, celebrar la fe en los sacramentos, dedicar buen tiempo a las
confesiones, visitar a los enfermos y llevar medicinas a las aldeas.
Fue asesinado el día 10 de julio en horas de la noche. Dos hombres
jóvenes llamaron a la puerta y pidieron hablar con el sacerdote; con la
solicitud que le caracterizaba el P. Faustino, salió sencillamente a atender
la llamada. Pocos momentos después aquellos individuos
malintencionados le dieron muerte. Eran dos asesinos a sueldo, enviados
para realizar este “trabajo” que pretendía silenciar la misión de la Iglesia,
segando la vida de otro apóstol de Jesús. La persecución de la Iglesia era
una realidad que golpeaba día a día a sus miembros más cualificados.
Nació en Cuérigo, Asturias (España), el 29 de
noviembre de 1933. Ordenado sacerdote el 11 de
junio de 1960, llega a Guatemala en el mismo año
de su ordenación. Fue asesinado el 15 de febrero
de 1981, en el camino que conduce de San Miguel
Uspantán al pueblo de Cunén, en un sitio
conocido como la “Barranca”.
El Padre Juan Alonso optó voluntariamente por
encargarse de la zona norte de la diócesis de
Quiché que, desde el punto de vista de la persecución religiosa, era una
de las zonas donde el irrespeto por la vida de catequistas, sacerdotes y
en general, por los derechos humanos, era total. Una de sus frases era:
“¡Yo por él me hice sacerdote, y si por él tengo que morir, aquí estoy!” Él,
siempre optaba por los lugares donde el peligro era mayor, esto define
en parte su talante de misionero y de hombre plenamente entregado a la
Iglesia. Estaba preparado para afrontar cualquier dificultad y más si se
trataba de servir a la Iglesia en momentos límites, como eran las
circunstancias de aquel entonces en Quiché. Hacía años, según consta en
sus “retiros misioneros” que meditaba sobre textos bíblicos, muy
concordes con las exigencias de su vocación y carisma de misionero del
Sagrado Corazón: Jesús “vino a servir y a dar vida” (Mt. 20, 28); “Nadie
me quita la vida: la doy yo voluntaria mente” (Jn. 10, 18); “Conviene que
él crezca y yo disminuya” (Jn. 3, 30); “No buscó su complacencia” (Rom.
15, 3); “¡Ay de mí, si no predico el Evangelio!” (1 Cor. 9, 16); “La palabra
de Dios no está encadenada” (2 Tim. 2, 9). El p. Juan estaba cada día más
identificado con Cristo, a quien servía y amaba… en Cristo buscaba su
identidad sacerdotal y misionera. Murió como un testigo de la fe,
como pastor bueno que quiso impedir que los lobos acabaran con el
rebaño… llevó su compromiso de su ser misionero como enviado y
apóstol, hasta el final, hasta derramar su sangre.
Nació en Potrero Viejo, Segundo Centro de la Vega
(El Tablón) Zacualpa, en el año 1968. Hijo de Roberto
Barrera y Ana Méndez. Asesinado en el lugar de su
nacimiento, el 18 de enero del año 1980, a escasos
12 años de edad.
Todos en su familia eran miembros de la Acción
Católica. Participó desde muy tierna edad en
actividades propias de la parroquia y de su cantón.
Juan había logrado ser ya un buen catequista. Sus
responsabilidades tan bien llevadas crearon en él actitudes y modos de
ser propios de la responsabilidad y la madurez de una persona adulta.
Se preocupaba de las necesidades de los demás. Sus gestos
siempre fueron a favor de la justicia; tal vez por esta oblación personal,
fue tratado como un adulto y señalado por el ejército como “guerrillero”.
En 1980 se llevó a cabo la primera masacre en la comunidad del Cantón
Segundo Centro de la Vega (El Tablón). Rodearon la casa de Juan Barrera,
él con su hermano no consiguieron substraerse a la presencia de los
militares, que les dieron caza como a presa apetecida. Fueron
interrogados, amenazados y torturados. Su hermano logró escapar y
como consecuencia de esto, comenzaron a torturarle sin piedad,
haciéndole heridas con cortes de cuchillo en las plantas de los pies y en
otras partes del cuerpo; lo colgaron, le dispararon y dejaron su cadáver
como a unos dos kilómetros de la casa.
La vida de Juan fue segada en su tierna edad, pero en el transcurso
de sus breves años, supo trabajar por lo que descubrió daba sentido a su
vida y a la vida de su gente: la fe en Cristo Jesús.
Nació el 16 de agosto de 1914, en el Cantón “La
Puerta” del municipio de Chinique – Quiché. Hijo de
Cruz Benito y María Ixchop de Benito. Fue
asesinado el 22 de julio de 1982 en la aldea La
Puerta, cantón del municipio y parroquia de
Chinique.
Rosalío Benito fue uno de los primeros catequistas
del cantón La Puerta, Chinique, cuando se inició el
trabajo de la Acción Católica alrededor del año 1940. Por la falta de
sacerdotes de toda la región Quiché, en muchas comunidades se escogían
“rezadores” para circunstancias religiosas especiales de la vida de la
comunidad, sobre todo en casos de las velas que se hacían por los
muertos.
Por aquellos años Rosalío, como dicen los que lo conocieron, aprendió a
rezar el rosario y cantar cantos religiosos para las celebraciones.
Adornaba la Iglesia y trataba que todo estuviera bien dispuesto para las
celebraciones. Todo lo hacían de memoria porque ni él ni ninguno de los
que estaban con él sabían leer.
En 1982 cuando regresaba de Chiché por Cucabaj, fue emboscado por el
ejército. En este supremo momento de la vida, y ante individuos que no
se atenían a razones, dio testimonio hasta derramar su sangre. Así selló
su fidelidad a la Palabra de Dios, en el servicio a la comunidad.
Con Rosalío fue asesinado su hijo Pedro Benito. También del cantón “La
Puerta” fueron asesinadas 48 personas más.
Nació en Macalajau, San Miguel de Uspantán. Fue
asesinado en el mismo lugar de su nacimiento el 21
de noviembre de 1980. Reyes perteneció al Comité
Pro-mejoramiento, fue promotor de salud en la
comunidad de Macalajau y catequista. Hombre
lleno de Dios, dedicó sus mejores días al servicio de
la comunidad. Vivía preocupado de la palabra de
Dios y de buscar que a toda la gente pudiera
alcanzar un mínimo de desarrollo. Gastaba sus
mejores esfuerzos promoviendo y atendiendo la salud de la gente. Salía
a ver a los enfermos, los atendía a la hora que lo llegaran a traer a la casa
y en casos de gravedad, si era necesario, ayudaba a las familias a
trasladarlos al hospital.
Desde la comunidad cristiana promovieron proyectos de desarrollo en
beneficio de todos. Él predicaba que hay que luchar a la par por lo
espiritual y lo material, tomando como ejemplo la vida de Jesús. Muchas
veces él decía: “Quiero que mis hijos estudien, que se gradúen, que
lleguen a algo y no quedarse como estoy yo”. También planteaba:
“¿Cómo vamos a hacer nosotros para dejar algo mejor a los hijos y
comunidades? solo con el ejemplo y el sacrificio”. Se realizaron entonces
varios proyectos, entre ellos la construcción de la carretera de la aldea
Macalajau a Uspantán.
Una vez reunió a toda su familia y le dijo: “Yo estoy perseguido y tal vez
va a llegar un día en que me van a matar; cuando eso suceda quiero que
ustedes ayuden a su mamá y también tienen que luchar porque yo lo que
quiero para la gente es un bien. Yo no estoy haciendo nada de daño a la
gente”; les dijo esto llorando porque él sabía que lo iban a matar, ya había
mucha amenaza. Como Jesús en la Cruz, recomendando el amor y su
tarea, a sus seres queridos. Reyes Us fue asesinado a manos de varios
hombres, que lo dejaron muerto a pocos metros de su casa.
Nació el 26 de enero de 1951, en el Cantón Ilom,
San Gaspar. Fueron sus padres: Domingo del
Barrio y María Batz. Fue asesinado el 4 de junio
de 1980, cerca de la aldea Xe Ixoq Vitz, Chajul.
Domingo era muy sencillo, honrado y siempre
sonriente. Tenía la característica de ser amigo de
todos. Desde joven empezó a participar en la
Iglesia como miembro activo de la Acción
Católica. Visitaba con otros catequistas los
hogares leyendo la Biblia.
Aceptó de corazón el llamado y la invitación que el párroco le hizo para
prestar sus servicios como sacristán, teniendo como tarea la de
acompañar al sacerdote misionero en las visitas a las aldeas. Este
compromiso respondía no solo a sus necesidades sino también a su deseo
de trabajar en la Iglesia. Empezó entonces a compartir el cansancio de
subir y bajar los cerros que tenían que recorrer visitando las comunidades
más lejanas de la parroquia. Un servicio que realizó hasta el día de su
muerte.
El 4 de junio de 1980 Domingo fue encontrado muerto al lado del padre
José María Gran, con las marcas de cinco heridas de bala. Murió en el
camino sirviendo a la comunidad, sirviendo a la Iglesia. Viviendo
plenamente su fe cristiana con la humildad y sencillez que siempre le
caracterizaron. En él se cumplieron las palabras del evangelio: “No hay
amor más grande que dar la vida por sus amigos” (Juan 15,13).
Lugar de nacimiento: Cholá, su partida estaba
registrada en Uspantán. Fue asesinado el 29 de
septiembre de 1980 a la edad de 35 años. Nicolás
fue durante veinte años catequista y ministro de
la Comunión. Hombre tranquilo, amistoso,
honrado y trabajador.
Siempre jovial y dispuesto para afrontar las
tareas más complicadas, propuso a la comunidad
seguir unidos en el trabajo de la Iglesia: “Si no nos
dejan reunirnos en el oratorio, lo vamos a hacer
en la montaña, o en las cuevas, o de noche en nuestras casas. En estos
tiempos de persecución, necesitamos más del Cuerpo de Cristo para que
nos dé fuerzas”. Todas las personas de la comunidad lo querían y lo
buscaban por su buen ejemplo y entrega.
Arriesgando su vida, Nicolás iba hasta Cobán a buscar la Comunión, a
veces a San Cristóbal Verapaz, pues los sacerdotes ya no llegaban a su
parroquia de Chicamán. A escondidas traía las hostias dispuestas
cuidadosamente entre las tortillas, todos los campesinos llevan morral,
¿Quién podía sospechar que aquel era un morral especial, que era un
verdadero sagrario? Otras veces escondía la comunión en el costal donde
llevaba el maíz, y con mecapal lo cargaba hasta su aldea.
Alguien lo denunció como “Mala gente” y el 29 de septiembre de 1980,
en horas de la noche, unos individuos golpearon bruscamente la puerta
de su casa. Nadie abrió, pero ellos a golpes derribaron la puerta y
entraron bruscamente en la sencilla vivienda; fue después de las 11:00,
dicen los testigos. Aquellos individuos desconocidos, con lujo de fuerza,
trataron de apresar a Nicolás. Él se agarró con fuerza al horcón que
sostiene la viga maestra de la casa y les gritaba: “¡Mátenme aquí, pero
no me lleven!”; presentía que lo podrían torturar para sacarle nombres
de otros catequistas, pues así era la práctica común. Sin embargo,
doblegadas sus fuerzas, los testigos del hecho cuentan que “Lo agarraron
del brazo y lo jalaron como a un niño fuera de la estancia”. Lo mataron
en el patio de su propia casa.
Nació en el Cantón Chajul, Municipio de San
Gaspar Chajul, el 30 de diciembre de 1934. Sus
padres fueron Tomás Ramírez y María Caba. Fue
asesinado en la parroquia de Chajul el 6 de
septiembre de 1980.
Era un hombre bueno, muy amable sonriente,
sencillo, respetuoso de todos. Hombre de fe y
compromiso, apoyaba a la gente en todo lo que
él podía, siempre se le veía con buen ánimo para
trabajar en la Iglesia.
Después del asesinato del padre José María Gran en 1980, para todos los
que tenían un cargo en la Iglesia, la situación de amenazas se hizo siempre
más fuerte; fueron señalados y perseguidos.
Tomás siempre cuidaba el convento y la Iglesia. Esta responsabilidad le
molestaba mucho al ejército que en más de una oportunidad le
ordenaron con amenazas muy severas que ya no se hiciera presente ni en
el convento ni en la Iglesia. Tomás era fiel a sus tareas y responsable en
su trabajo, él sabía que cuidar la Iglesia era su deber. Después de cada
amenaza llegaba a su casa a contarle a Rosa su esposa, lo que los soldados
le estaban diciendo; en el sollozo de una profunda pena, Tomás le decía
a su esposa que, a pesar de todo, nunca dejaría de cuidar la Iglesia,
aunque eso le costara la vida.
El día 6 de septiembre de 1980 los soldados irrumpieron en el templo,
dirigiéndose hacia donde estaba Tomás rezando, lo agarraron
violentamente y a golpes le quebraron un brazo… le dispararon por la
espalda dejándolo muerto a la entrada del convento parroquial. Murió
cumpliendo su tarea sin claudicar ante el miedo y las amenazas.
Nació el 5 de septiembre de 1941, en el Cantón La
Montaña, Parraxtut, Sacapulas. Fue asesinado el 31
de octubre de 1991, en su mismo lugar de
nacimiento.
Miguel vivió y trabajó en su propia aldea de la
Montaña, donde desempeñó el cargo en dos
ocasiones de directivo de la Acción Católica, y por
muchos años realizó su trabajo pastoral como
catequista. Mártir de la no violencia, decía que no se podía andar con la
biblia en un brazo y el fusil en otro.
Fue un hombre de mucha oración, siempre tenía en sus labios una
palabra o expresión de la biblia. Quería que todos conocieran la Palabra
de Dios. Hombre humilde, respetuoso y muy cariñoso con su familia,
responsable en su hogar y en su trabajo de Iglesia. Cuando comenzó a ser
amenazado decía: “Si yo muero piensen que ustedes tienen que seguir la
religión… No le tengan miedo a la muerte porque cuando uno dice la
verdad, la gente dice que uno es malo… Si muero, muero como Jesús
murió. Él no fue pecador y la gente le decía que era hombre malo… Y yo
si soy pecador”.
En estas palabras percibimos al hombre humilde, pero al mismo tiempo
decidido a seguir el camino emprendido; una vida que nos recuerda
aquellas palabras de Jesús a sus discípulos que muchas veces debió leer y
escuchar Miguel: “Dichosos los perseguidos por hacer la voluntad de
Dios, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt. 5,10).
El miércoles 31 de octubre de 1991, Miguel regresó como a las 5:00 de la
tarde de la plaza de Parraxtut, cantón la Montaña, ese día no fue como
los otros, llegó muy preocupado y triste. Como a las 6:30 de la tarde tomó
camino de nuevo para ir a cuidar la milpa, no había caminado ni una
cuerda, cuando de repente, se escuchó un disparo. Su hija mayor,
presintiendo lo peor, salió corriendo y lo encontró sobre el camino, ya
agonizante. Ella se arrodilló ante su cuerpo y agarrándole la mano le
gritaba llorando “¿Qué pasa papá?” En el silencio que se dibujaba sobre
el rostro del padre, sintió que sonrió al mirarla y luego de aquella mirada
de paz, se fue.